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miércoles, 21 de marzo de 2012

El hombre criado en una isla de Indonesia


El día que asumió el Padre Blas Lolylibur como párroco de Loreto, el fallecido monseñor Marcelo Palentini invitó a preguntarse cuál es la razón que movilizo al sacerdote oriundo de Indonesia para venir a la Argentina. Esta escena sucedió en el mes de abril de 2009. “Es muy larga mi historia para llegar a ser sacerdote”, asegura Blas al iniciar el diálogo con La Comarca. Comienza recordando que cuando tenía quince años, ingresó a la parroquia San José, en su ciudad natal de la Isla Adonara, perteneciente al municipio Flores Timur, en Indonesia (Asia). “Un sacerdote alemán daba lugar a los niños para que participen como monaguillos”, revela sus primeros pasos en la Iglesia que fueron bastante intensos porque a las tres semanas, el párroco les pidió que armaran un grupo de monaguillos y de trabajo. “Era para ayudar en la iglesia y para obtener recursos para sostener nuestros estudios”, afirma al explicar que desde chico en su país de origen transmiten la mentalidad del estudio y del trabajo “a todo niño y joven que quiere progresar”

Mateo y Catalina (hoy tiene 83 años) criaron a Blas y le mostraron como vivían su fe, cada uno a su manera. “Mi vocación nació de la perseverancia espiritual de mi papá porque desde joven hasta los 70 años, siempre estaba en la misa, mientras que mi mamá sólo rezaba en la casa”, revela, según la reflexión que hizo durante su formación y agregó también la influencia de sus hermanos que estaban comprometidos en la Iglesia.

Hoy, Catalina (Catharina se dice en su país – se ríe mientras lo pronuncia) tiene 83 años y vive con uno de sus hijos. “El hijo/a mayor o la hija/o único tienen la responsabilidad moral de cuidar a los padres porque me han dado la vida”, explica el sacerdote sobre la costumbre que tienen en Indonesia para promover “una cultura de valores y de cuidar la vida”. De esta manera, la globalización no pudo modificar esta realidad en Indonesia de la inexistencia de asilos u hogares de ancianos.

Blas nació el 14 de septiembre de 1970, convirtiéndose en el octavo descendiente de la familia Lolylibur. “Dios llamó a la cola de la familia para servir”, sonríe mientras afirma que el menor estaba destinado para ser sacerdote.

El ingreso al Seminario fue toda una travesía. Esto sucedió en el último año de la secundaria, cuando el sacerdote alemán le dijo “en tres semanas vas a entrar al seminario”. El lo veía como algo difícil porque debían viajar hacia otra isla para conseguir sus documentos personales. “Subimos a una canoa que llevaba maderas porque ya no había barcos para viajar”, recuerda sobre el viaje que realizo con los otros cinco postulantes para conseguir la documentación que exigían para cumplir con los requisitos.

El examen de ingreso al Seminario Menor “Jocke” consistió en un test de inteligencia, psicológico y de lengua, durante tres días. Lo último era una entrevista personal, donde le preguntaron porque quería ingresar: “respondí que quería estudiar, sin tener conciencia todavía de ser sacerdote; sólo quería estudiar y ser buena persona”, sostuvo.

Mientras cursaba el segundo año de los cuatro establecidos por el Seminario, Blas nuevamente se mostró inquieto ante la pregunta de un compañero porque jamás iba a rezar durante la noche, tiempo en el que se dedicaba únicamente a estudiar. “Cuando termine segundo año me pregunté porque estoy acá y tomé conciencia que Dios me había llamado para ser sacerdote”, dijo.

Recuerda que el tercer año fue difícil porque los sacerdotes formadores le sumaron tareas de organización de equipo y la administración del comedor. “Lo hacía con gusto aunque me costaba mucho estudiar por el esfuerzo físico, entonces empecé a bajar las notas”, afirmó.

En el cuarto año, decidió que su camino de formación continuaría en la Congregación del Verbo Divino. “Elegí esa opción por el ejemplo de un sacerdote alemán”, dijo. Hizo un año del noviciado que consistió en la formación contemplativa, en el espíritu de obediencia, en la castidad y de perseverancia en la vocación.

Después, ingresó al Seminario Mayor (cuatro años de formación). Cada año, el formador les preguntaba a los postulantes si querían seguir con su vocación sacerdotal. “Una vez le dije que no quiero seguir más porque tengo fincas y puedo servir de otra forma a Dios”. Entonces, “el formador me dio una semana para pensar si cosa material era la razón para dejar el Seminario”, recordó.

Recuerda que durante esa semana adelgazó porque era un trabajo mental para decidir. “Cinco días después entendí que cosa material era pasajero, con esa respuesta asegure mi vocación de dejar todas las cosas para seguir a Dios”. Su primera práctica, antes de ser ordenado sacerdote, la hizo en una isla contigua a Papua Guinea. “Trabajaba el 50 por ciento con la gente de la ciudad y el restante con los aborígenes”, refleja al contar que los aborígenes sólo utilizaban hojas de árboles como ropa y vio cocodrilos, tiburones y pirañas. “En ese tiempo, mi madre me dijo que no vuelva a casa y un mes después me envió una carta con un corte de tela que significa que me protege y me cuida”, recuerda con tanto cariño. Después de un año de práctica, continúo con sus estudios de teología y el proceso para decidir si quería ser sacerdote o hermano consagrado.

Aunque ya tenía decidida su vocación sacerdotal, reunió a su familia para preguntarles si estaban de acuerdo con su decisión. “Yo les pregunte si estaban contentos por mi vocación, nadie respondió; luego pregunte si la vocación sacerdotal es un orgullo para la familia, hubo silencio hasta que mi madre me dijo que toda decisión tiene que llevarte a la felicidad, después mi hermano mayor manifestó que lo que yo decida es un bien para la familia y luego hubo varias reacciones”, contó hasta que luego de varios minutos de diálogo les confirmó que iba a ser sacerdote.

Finalmente, Blas fue ordenado sacerdote el 21 de julio de 1999 junto a tres compañeros. Dos permanecen en Indonesia y otro está trabajando en Nigeria (África). “Antes de tomar votos perpetuos, me preguntaron donde me gustaría ir”, reveló al contar que pidió venir a Brasil y Argentina. “Pensé en ambos países para conocer la cultura latina, para conocer a Batistuta, Gabriela Sabatini, Romario”, afirmó. La tercera opción era quedarse en Indonesia.

Mientras desarrollaba sus tareas pastorales en su parroquia donde comenzó como monaguillo, le llegó la carta de la decisión de sus superiores. Su nuevo destino era Argentina. Pensó que viajaba solo, pero luego coordinó el viaje con el Padre Julián que también venía para Sudamérica. “Llegue sin saber el idioma”, manifestó que al octavo día de vivir en Argentina comenzó a estudiar español.

Después de tres meses de estudio, fue destinado a un colegio de Capital Federal y luego estuvo en un hogar. Finalmente, en abril de 2009 llegó a la parroquia Nuestra Señora de Loreto, lugar donde es el único sacerdote (por el momento) que oficia misa en los sectores B 5, B 4, B 6, B 1, B2, B 3, en las 308, 337, 284 y 70 viviendas entre otros grupos habitacionales creados recientemente.

Esa es la historia de un sacerdote asiático que por su vocación sacerdotal y el sueño de su niñez para conocer a los deportistas argentinos llegó al sur del continente americano.